Mumbai y el Sarvodaya Fiendship Center


19/02/2018 - Alejandro Soto


Llegar a la India fue como recibir un cubetazo de agua fría.


Porque, al abandonar nuestros hogares, abandonamos también nuestra comodidad. Y es que acá, al otro lado del mundo, la gente nunca tuvo una serie de hábitos de exceso que nosotros aprendimos rápidamente y ya ni siquiera cuestionamos.


Aquí, el desperdicio no sólo es moralmente reprendido sino económicamente inviable para una demografía que sigue creciendo. Y no es que no haya basura, porque la hay (y mucha), sino que la gente aprendió a vivir con menos.


Y para rematar, aterrizamos en un nido basado en el autocontrol, la renuncia de lo innecesario y la búsqueda de la equidad. Este es el Sarvodaya Friendship Center, un departamento que sirve de alojamiento de curiosos sobre la filosofía gandhiana y el movimiento posterior que buscó llevar sus ideales a la realidad.


El centro además, es el casa de Daniel Mazgaonkar, un activista de 83 años que ha estado en el movimiento más de cincuenta años y se ha convertido en uno de los pocos remanentes de su esencia.


Y aunque merece toda reverencia y admiración, Daniel es para nosotros un símbolo de cariño y generocidad. Para la primera noche, mientras nos daba un abrazo de buenas noches, ya nos llamaba sus hijos y nos ofrecía quedarnos más tiempo.






A diferencia de lo esperado Daniel es también uno los adultos mayores más activos que conocemos. Busca la menor excusa para subirse al tren, asistir a reuniones o bailar (a escondidas) alguna canción de su película favorita.


Como es de imaginar, el tiempo lo ha vuelto disciplinado y mantiene un orden dictatorial que no permite nuevas propuestas. Pero a Daniel nunca le falta la paciencia para repetirnos la regla que acabamos de olvidar.






En estos primeros días, toda costumbre vieja se nos cuestiona, desde la comida hasta el papel del baño. En la India (o al menos en nuestra India), la cama es dura, el piso es frío y el sueño dura menos.
En la casa (un departamento de dos recámaras) no hay puertas cerradas, el depertador es un plato metálico y los mosquitos viven al asecho.


Y sí, aquí nos bañamos a cubetazos. Aunque, contrariamente a lo que uno esperaría, termina siendo algo muy disfrutable.






Es decir, algo casi mágico ocurre cuando uno realiza las tareas cotidianas de otra manera; como si tuvieras que aprender de nuevo lo más básico. Y como todo buen cubetazo de realidad, después del primer shock, algo revitalizante circula por todo tu cuerpo, si te das el tiempo de sentirlo.


Pero claro, no todo es color de rosas. Y siendo sincero, nos ha costado trabajo.


Cuando tú eres el raro, sobresales sin quererlo; y en un país como India, eso significa vivir bajo un reflector boliwoodense de bajo presupuesto. Y si algo hemos aprendido, es que no hay nada más agotador que sentirte el centro de atención, en especial cuando quieres justo lo contrario.






Pero aquí seguimos, y aguantamos vara, esperando que nuestro caminar cambie y un día, sin mucho aviso, dejemos de transmitir que somos foraneos.


Pronto cambiaremos nuestro rumbo, y tendremos nuevos aires. Esperamos que traigan más aprendizajes y nuevos cubetazos de realidades.