Vidyapith y el diálogo interreligioso


05/03/2018 - Alejandro Soto

Llegando a nuestra tercera parada, después de haber aterrizado en el distrito de Maharashtra (Mumbai) y visitado Goa, entramos nerviosos a Gujarat.


Aunque llevábamos casi un mes en el país, nos habían advertido que Ahmedabad era una ciudad menos tolerante y difícil de roer. Cosa que resulta una ironía, ya que es también la capital de la filosofía gandhiana.


Fue aquí donde Gandhiji estableció sus dos ashrams (una especie de escuela del buen vivir en el que los alumnos conviven bajo el mismo techo que sus maestros), inició una imprenta y fundó una universidad. Y fue en esta última en donde tuvimos el honor de hospedarnos por dos semanas.


Todo gracias a la gran Sonia Deotto y su proyecto Ora World Mandala. Sin duda, una representante de la perseverancia; y una fiel creyente de que todos compartimos un mismo cielo. Que más allá donde vengas, lo que importa es adonde vas.






La universidad Gujarat Vidyapith, que resulta una pequeña ciudad a escala, resulta un oasis de tranquilidad ante la jungla de rickshaws que se abalanzan los unos a los otros en las calles. Cada uno, armado con tres llantas y un claxon a todo volumen, contribuye al paisaje sonoro de Ahmedabad (y la India en general).


Pero ahí, sumergidos en la densidad de los árboles, y acompañados de la banda de monos (y otros muchos animales de la zona), se encuentra el futuro de la comunidad Gandhiana.


Miles de estudiantes, la mayoría descendientes de la casta más baja y representantes de sus pueblos tribales, se preparan para vivir en el mundo globalizado manteniendo la filosofía de la ahimsa (no-violencia).






Nuestra tarea es apoyar a Sonia en la culminación de una acción que lleva décadas gestando. El objetivo: generar un dialogo cada vez más pacífico entre las comunidades religiosas de la India.


Nuestro escuadrón está formado por Juan Carlos (el esposo y compañero de Sonia), 3 italianos (dos académicos de primera y un experto en relaciones públicas) y 6 mexicanos (una historiadora, tres estudiantes tituladas de la Vidyapith y nosotros dos); junto con algunos aliados estratégicos de la comunidad académica.


A unos cuantos días de la acción (un encuentro de los líderes de cada comunidad), nos percatamos de lo complejo que es el asunto.






Por un lado, la India está viviendo un momento muy sensible en términos religiosos (básicamente porque un grupo extremista con un historial un tanto oscuro se está fortaleciendo en el poder político), lo que significa que el simple hecho de aparecer públicamente puede ser una declaración poderosa.


Y por el otro, como ya habíamos mencionado, la cultura de aquí imposibilita el hacer planes muy definidos.
Si a eso le sumas la chispa artística del proyecto, que permite una toma de decisiones democrática, eso se convierte en la receta perfecta para el caos.


Y sin embargo, las cosas fluyen.






El encuentro ocurre, las comunidades dialogan pacíficamente y todos nos vamos a dormir con una sonrisa pintada en la cara y un carrete lleno de fotos.


Y así, recuperando el aliento, nos damos cuenta de algo sumamente poderoso. Que sin importar la diversidad de creencias y costumbres, cuando todos se reúnen, la aspiración es la misma: vivir en un mundo de paz y amor.


Y que, aunque los políticos nos digan lo contrario, hay más cosas que nos unen de las que nos diferencian; ya sea en México, la India o cualquier otra parte del mundo.